Rupturas


Hay días en que los muros se hacen más altos. Se levantan con ideas y crecen. En esos días la lentitud del caracol se manifiesta y entra en desesperación. Ellos acostumbran a subir paredes bajas, encaladas… no gustan de las piedras. Sí de las barandillas metálicas y sus rincones. He visto amontonados a muchos a unas alturas palpables. Imagino que llegan allí en una de esas subidas, cuando el muro insiste en crecerse y el caracol no tiene tiempo de bajarse. Una vez que el muro se achica, el caracol ha quedado fuera de su hábitat.

Igual que los muros, los escalones. En los días que los muros crecen, ellos, insisten en deformar lo que eres alargándote la sombra. Uno no quiere mirar atrás en días como estos. Porque qué pasaría si tu sombra deformada se manifiesta y rebela…qué podrías explicarle. En los lados del muro y para no ser menos, la sombra deja su halo a todo lo largo. La sombra, ya se sabe, no tiene ideas como los muros que se crecen, pero ellas son envidiosas y copian hasta ensancharse.

En esos días las casas son peligrosas. Si se entra en una, al salir, debe hacerse de puntillas, con el máximo sigilo y sin posar los ojos en ningún sitio. Como las miradas se presienten por la nuca, lo mejor sería taparse la cabeza. En cada ventana nacen ojos que con el tiempo se vuelven siempre malvados. La inactividad a la que están sujetos los vuelve mezquinos. Ellos también tienen ideas como los muros, pero no pueden expandirse, el edificio en sí, se lo tiene prohibido. Si todo se convirtiera en ventana-ojo, la casa terminaría desapareciendo y la pobre puerta no tendría razón para existir.

Detrás de cada puerta siempre están esperando los poemas. En cuanto se entra en una casa con propiedades de crecimiento, los poemas se arremolinan y a veces es imposible pasar de una habitación a otra sin haberte tropezado con alguno. Incluso puedes llegar a aplastar al mejor de ellos. Pero son desobedientes y se arriesgan demasiado. Lo peor viene cuando debemos abandonar la casa, es como una ley sujeta al capricho de la vida, que las puertas deben quedarse entreabiertas. Es entonces cuando los poemas escapan como papeles arrugados cualesquiera. Unos se arrastran, otros sobrevuelan tentándote para que mires atrás… y otros eligen la sombra aún a sabiendas que es una impostora.

Alrededor de las casas de este tipo, los árboles sufren de abandono. Hay días que parecen que no están. Y en los días en que los muros se han menguado, el visitante apenas repara en ellos. Por eso ya no se esfuerzan en pensar y sus hojas sin conversación, se evacuaron hace tiempo.

Y me quedan las cortinas. Son banderas o pestañas. Bien pensemos en ventanas o en ojos enquistados. Se levantan para ondear a modo de pañuelos que se usaron siempre en los adioses. Si al menos simularan “hasta pronto” pero son ajenas para ellas la importancia de las frases.

Con todo, es imprescindible pintar de verde la fachada y si es posible añadir la balaustra. El verde para que ningún muro se vea en el derecho de derrotar la primavera. La balaustra, porque el sol, y en algunos momentos la luna, gustan de entremezclarse con los barrotes y reflejar en las entradas, cada uno a su modo, lo que piensa el universo.

Mientras el atardecer es derrotado, el dolor del fin, hace más grandes las ausencias. Por eso hay casas que se achican a esa hora y en las ventanas sólo caben las pupilas. Los poemas entonces, se deshacen letra a letra. Y la puerta no es más que la boca de una hormiga.

Sólo siendo como el aire conseguiremos entrar en estas casas si nos sorprende el ocaso al borde de la escalera.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Who says NO?


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Antonio J. Sánchez ha dicho que…
Caracoles, poemas, escalones, sombras, cortinas como pestañas.
Tus palabras siguen siendo un río desbordado lleno de imágenes potentes e imaginativas. Surrealistas pero cargadas de sentido. Mefascina, me sigue fascinando tu modo de escribir, y la gran fuerza creativa que refleja...

Gracias por seguir construyendo un mundo un poco más bello.
Adriana ha dicho que…
Muy lindo el texto y el cuadro acompaña muy bien
Me encanta la obra de Remedios Varo, y esta en particular, dice tanto.
Te sigo leyendo.
Adria.-