Lo inevitable

Mujer Pájaro
Joel-Peter Witkin


Ayer dejé que los pájaros se alimentaran de mis flores. Los miraba y no pude ni quise espantarlos. Hoy es evidente el deterioro de las plantas pero no me siento culpable. En aquella osadía de los gorriones había parte de mí. Esa parte que entra sin llamar en la vida. ¿Y cómo no disfrutar de una flor amarilla en pleno invierno? Parece casi una provocación florecer a tan pocos grados. Comprendo que las aves no puedan resistirse. Y siento que mis margaritas no hayan comprendido aún que no se debe florecer en este entorno gris sin estar arriesgándose a ser devorada. No, no moví un dedo. Ni siquiera respiré para no espantarlos. Me deleité con sus mordiscos con cierta satisfacción caníbal. A ratos era la flor, a ratos el pájaro. Y llegaron más al festín. Tantos que parecían convocados a la fiesta por alguna llamada externa. No hubo flores para todos. Algunos se limitaron a picotear el musgo de las grietas de la terraza. Y eso debió parecerles poca cosa comparado con unas hojas tiernas de margaritas. Así que volaron. Y yo con ellos. No sé si con el estómago lleno, pero sí en paz con mi naturaleza. Alguien debió surtirme de alas hace tiempo. Es imposible para mí ver un pájaro y no tener la tentación de irme con ellos.

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