Recetas para Principi-antes


“Pan y graná, sabe usté…y por la noche a poné la olla”

Prometo que es una frase verídica. La charla, o mejor sería decir, el monólogo de un “casi” jubilado que equipara los malos tiempos de “cuando el hambre” con éstos de ahora en los que quizás deba seguir luchando por ese pan algún tiempo más.

“Como no había ná que comé íbamos los seis hermanos al granáo del corrá y con un poco de pan, cuando había, sabe usté (porque de mi quinta había muchos… pero muuuchossss que no tenían ni pan durante semanas…) pues estábamos listo pa tó er día”

Con unos ojos brillantes como los cristales de aquellas granadas, don yonoséquién relataba a su compañera de autobús una antigua batalla que ahora no le parecía tan lejana. Es lo que tienen las heridas. Nunca cierran del todo. Y yo, que nunca pasé hambre salvo a voluntad propia (y por poco tiempo; no tengo voluntad alguna para el ayuno) me pregunto cómo será no sólo pasarla cuando niño, con todos los estragos que eso conlleva, sino cómo será sentir el temor de volver a pasarla en la vejez cuando ya nadie te quiera para trabajar pero tampoco te llegue para vivir una pensión que tiene todas las vistas de convertirse en utopía.

“Menos mal que mi madre era maga, sabe usté. Con ná y meno consiguió que no muriéramo ninguno. Y mira que estábamos canijos..eh. Pero una madre en aquella época era capaz de hacé con unos pocos garbanzos una carrera universitaria, fíjese lo que le digo… Hace dos años ha muerto el último de ellos, de mis hermanos, y todos por culpa del colesterol, de la diabetes… y qué sé yo. Cómo es la vida… no morimos de hambre y sin embargo…"

La compañera de asiento, joven y seguramente a régimen estricto ahora que se acerca la primavera, apenas levantó la mirada ante aquél hombre, lustroso y aún apuesto. Seguramente ve muy lejos ambas cosas… los años del hambre y los años donde el miedo comienza su procesión callada. Y se bajará del autobús quejándose de un viejo pesado que contaba batallitas. Sus amigos la comprenderán aunque quizás no tanto su padre, que andará en un universo paralelo con aquél desconocido.

"Ya le he dicho que mi madre era la mujé más lista del planeta… pues mira hija… resulta que ella sabía que durante el día casi no habíamos comido y que sonándote las tripas no se puede dormí. Ella ponía la olla por la noche (en mi pueblo poné la olla era hacé un potaje con lo poco que hubiera… entiendes, ¿no?)… pues allí nos sentábamos los nueve: mis seis hermanos, mis padres y mi abuela la probecilla, delante del platito caldoso con un puñáo de garbanzos y alguna vez un trocito de bacalao pa repartí. No es que aquello nos quitara el hambre pero al tener algo calentito en el estómago nos acostábamos y dormíamos como unos benditos. Y tó gracias al ingenio y sabiduría de las mujeres de aquél entonces…"

La muchacha pulsa su parada y cierta angustia se refleja en el rostro de aquél hombre. No sólo el hambre le preocupa. Ni tampoco es sólo la incertidumbre de cómo hará para trabajar casi dos años más, hasta los 67, para poder jubilarse si apenas se aguanta de pie de tantos años subido a los andamios. Es quizás el hambre de otras cosas. El hambre de entender la muerte antes de tiempo; de los días donde come una lata de atún a pesar de tener el frigorífico repleto. La poca ternura que contempla en el movimiento de los jóvenes y qué poco de su madre ve en ninguna mujer desde que murió la suya. Es el hambre de la magia lo que le acecha. Él, que no tiene estudios, nunca le niega una pequeña conversación a su prójimo, tal y como vio hacer siempre a la gente de su pueblo.

Estoy segura de ello a pesar de no haberlo visto.

“Ten cuidao con los charcos cuando te bajes, hija, que desde que está lloviendo en Sevilla, se está llenando los ambulatorios de gente con cosas partías…”

La puerta del bus se abre. La chica dice un “hasta luego” que parece un portazo. Don yonoséquién y yo nos encogemos para resistir el golpe. Y cuando parecía que la desesperanza iba a comerme viva, el conductor se gira, me sonríe cómplice y me llena de puntitos verdes como los de los semáforos.

Acto seguido me cambié de lugar para decirle a yonoséquién que en mi pueblo para poder dormir calentitos, las abuelas preparaban unas “poleás” con harina, agua y la poca azúcar que podían conseguir. Porque si las madres eran Magas… las abuelas eran las Hadas Buenas de los cuentos, que sabían que un niño duerme mejor con algo dulce en la barriga.


Receta de Poleás


Ingredientes:


Aceite de oliva para freir el pan
Cuadraditos de pan fritos picatoste
Matalahúga dos cucharaditas (anís verde)
Canela en rama 
Cascara de limon
Azúcar cinco cucharadas
Harina cuatro cucharadas
Leche tres cuartos
Canela molida al gusto

Elaboracion

Se fie el pan en el aceite de oliva y se reserva. Poner en un recipiente un chorreoncito de aceite de freir el pan,  añadir la matalahúga en granos, la leche, la piel de limon y se pone al fuego. Antes de romper a hervir quitar la mayoria de los granos de matalahúga con un colador, no importa queden algunos, añadir la harina, el azucar y remover hasta que espese una vez espeso añadir el pan frito remover y poner en platos añadir por lo alto canela molida.


No debe de quedar muy espeso ya que despues estara muy duro. Dejarlo espesito y que el último cuajo lo haga en el plato

Comentarios

Ana María Espinosa ha dicho que…
Carmen, lo que son las cosas, acabo de ver esta entrada tuya, y precisamente ayer, comentaba con una compañera de trabajo las poleás que hacia mi abuela, tan ricas... Ay, Dios, qué tiempos y qué bien tu palabra contando historias como éstas.
Te mando un beso muy grande, como una granada o un buen plato de poleás, desde Jerez.
Claudieta ha dicho que…
Creo que esto en mi tierra se llaman farinetes jajajajaja, pero tb era para aplacar el hambre en un satiamén.
Me ha encantado tu relato, me gusta todo lo que sabe andaluz...
ENHORABUENA POR EL PREMIO.
Y el hambre hoy en día, es un lujo, una moda y hasta una enfermedad. Soy cocinera de hospital y cocino para anoréxicos, entre otros, un drama de nuestro tiempo que causa muchas muertes.

Un beso y un abrazo.